Fuera de radar


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La sepulturera y los celadores: la puesta en escena de la Constituyente presidencial

Por Antulio Rosales

Directiva ANC

La sepulturera y los celadores

Vi con una mezcla de tristeza y estupor la instalación de la Constituyente presidencial. Algunas cosas quedan claras del espectáculo.

Pese a los desatinos de la improvisación, y los deslices senil-etílicos que hacen ver en la cara de Diosdado Cabello a Fabricio Ojeda, la instalación demuestra unidad en el gobierno. Los rumores de división interna y el aparente surgimiento de Diosdado como un contendiente al poder de Maduro no se corresponden con el espectáculo.

En el gobierno hay diferencias, está claro, pero a la hora de la verdad, está unido y la directiva de la Constituyente demuestra que Maduro es quien está en control. Delcy Rodríguez se encargó de recordárnoslo cuando exigió a los presentes levantarse, aplaudir y agradecer al Jefe, quien hoy – según ella – se había vuelto millones.

Podrán repetirlo mil veces, pero la Constituyente presidencial no viene a fortalecer la Constitución de 1999. Al contrario, su propósito es desmantelarla. Y sí, como dice Rodríguez, los “celadores” Aristóbulo Istúriz e Isaías Rodríguez serán protagonistas del fin de este maltrecho intento de Estado democrático, social, de derecho y justicia. Un cuerpo que nace negando la Constitución no puede servir para fortalecerla. Una Asamblea que es producto de un fraude en su concepción y otro fraude en su conformación, es la doble negación de la soberanía popular, no expresión de ella.

La Constituyente presidencial premió la lealtad. En la Constituyente ganó el cogollo dominante del PSUV. Las expresiones sociales subalternas y aparentemente empoderadas del “pueblo” son relleno: son utilería de la puesta en escena. Cantan consignas, levantan el puño, sirven para despertar miedo y desprecio en el enemigo, que no termina de superar su racismo y clasismo enraizado. Pero nada más. Al fin de cuentas, las decisiones las toman aquellos de las primeras filas, los Rodríguez, Flores, Maduro y Cabello; son ellos los apoderados de la dictadura.


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Esto no es normal

Masaya Llavaneras Blanco

Me despedí de mi hermano a las 8 en punto. En el café donde nos tomamos dos cervezas nos dieron la cuenta a las 7 y 50. Decían que las calles estaban muy violentas, que ya había que cerrar. Yo no veía a mi hermano desde hacía tres años, el tiempo se me hizo corto, pero entendí. Chacaíto se veía desolado en los pocos pasos que lo recorrimos hasta entrar al metro. Me despedí de mi hermano en los torniquetes, él tenía que agarrar una camionetica en otra dirección.

Estaba esperando en el andén a que llegara el metro en dirección Propatria. El andén estaba lleno de gente que había salido de trabajar, gente cansada, gente que además tenía los horarios interrumpidos y fracturados entre trancones, miedo y discursos gubernamentales que insisten en narrar una historia paralela, de que todo está bien, reina la normalidad y quienes digan lo contrario no sólo están equivocados sino que son criminales o son enfermos mentales.

Era mi segunda noche en Caracas después de 3 años.

El metro entra al andén y de inmediato veo caras de terror entre los pasajeros que estaban en el interior del tren. Corrían hacia los extremos del tren o se agolpaban contra las puertas. Desde el andén no era claro lo que estaba pasando hasta que se abrieron las puertas y salieron todas las pasajeras y pasajeros atropellándose unos a otros.

En medio del andén alguién disparó.

Me tiré al suelo.

¿Será que este es el inicio de la guerra que se respira?

Detrás de mí se tira una señora mayor.

Ya no hay disparos.

Me levanto. Detrás se levanta la señora, avergonzada señalando un charco donde ella se había tirado. No lo dijo, pero ambas sabíamos que se había orinado del miedo. Ella prefirió alejarse un poco del charco que la incriminaban a ella y a la mancha en su pantalón mientras yo seguía de pie tratando de entender.

Bajan 3 funcionarios del metro poniéndose chalequitos rojos que los identifican como trabajadores. Corren de un lado al otro. Tienen cara de no entender nada. No le explican nada a nadie.

Todo está normal.

Poco a poco la conversación pasa del susto a que se nos está haciendo tarde. Y es que la ciudad está tan dura, tan complicada, que a todas luces era preferible quedarse en el metro a pesar del disparo y del miedo, a salir a enfrentar a Caracas a las 8 y 30 de la noche un martes.

El tren, que había quedado estacionado en el andén todo este rato, volvió a abrir las puertas. Poco a poco nos fuimos montando todos, las conversaciones pasan a ser tipo: “coño, yo iba sentada y ahora perdí el puesto”, “hoy en la protesta nos echaron un agua que arde en la piel”, “si, las bombas lacrimógenas no pican los ojos solamente”…. Una muchacha que si se había logrado sentar en el retorno al tren llevaba la constitución sobre el regazo y guardaba silencio.

Atrás de mí va un loquito, de esos que tienen tiempo en la calle, como con una capa extra de piel. Tiene los ojos pardos y una mirada dulce. Mi mirada se encuentra con la suya y me dice:

¿Estás muy asustada?

Le dije que sí. Que estaba muy asustada. Él también me dijo, y añade:

Uno nunca sabe si va a regresar a la casa vivo.

Entre una cosa y otra, observando y escuchando las conversaciones a mi alrededor el metro se empezó a mover. … “conseguí un paquete de arroz en 10 mil, ya no se puede llevar casi nada a la casa”… …”mami, por dónde vamos? Ya vamos a llegar? Tengo hambre”…

Volteé a donde estaba el loquito. Hacía un truco de magia desapareciendo monedas sin valor en un trapo negro (lo de sin valor es una redundancia porque el dinero no vale nada en Venezuela). Era un espectáculo particular para el niño de unos 5 años que ansiaba llegar a su casa a cenar.

Poco a poco me dirijo a la puerta del tren. Me toca bajarme en la próxima. Subo a la estación y veo a mi papá esperándome. No importa cuan mayor me ponga yo, ni cuan mayor se ponga él, mi papá me viene a buscar al andén para caminarme a la casa. Son 4 cuadras desde la Avenida Universidad a la Avenida Urdaneta. Cuatro cuadras que recorrí siempre, embarazada, con bebé, sola, acompañada, de noche y de día. Nunca había recorrido esas cuadras entre restos de bomba lacrimógena en el aire ni pilas de basura recién quemada cada 50 metros. Se escuchaban detonaciones en los alrededores.

Papá y yo caminábamos acelerados. Él insistía en que camináramos pegados de los edificios, me imagino que para evitar estar en el trayecto de alguna bala. Mi instinto siempre ha sido el de caminar cerca del pavimento para evitar que me arrinconen. Son instintos de sobrevivencia de crecer en Caracas. En ese momento era más apropiada la lógica de mi padre, y le hice caso.

Ya a una cuadra de la Avenida Urdaneta había más luz, también más olor a bomba lacrimógena. Y personas, parejas, una mujer embarazada, bajando hacia el metro…. lo que no sabían es que habían cerrado la estación por el disparo aquel en Chacaíto. Me pregunto cómo llegarían a casa esa noche.

Recuerdo llegar al apartamento asustada. Muy asustada y queriendo saber de mi hermano. Supe que llegó bien.

A la mañana siguiente me negué a tomar el metro y mi papá me miraba con sorpresa.

¿De verdad no te vas a querer montar en el metro ahora?

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La verdad es que uno se acostumbra a todo. Eso mismo he dicho yo a tanta gente que me pregunta si no me parece horrible el invierno. A mi no me disgusta el frío. Lo que si me disgusta es la oscuridad.

Me disgusta la oscuridad de las calles de la candelaria entre fuegos recién apagados. Me disgusta la oscuridad de la desesperanza en los ojos de la gente que quiero: vi gente vital cuya energía se va en preservar un sentido de integridad que cada día les puede ser arrancado. Y se nota en las miradas determinadas que insisten en que hay cosas que no pueden ser usurpadas, hay límites antes de dejar de existir como individuo, antes de volverse masa sin espíritu ni voluntad.

Vi chamos jóvenes que están empezando a ser adultos y se niegan a creerse el cuento de la normalidad que les imponen mientras ven compatriotas comiendo de la basura; adultos y adultas que procuran ser consecuentes consigo mismas y con sus chamos, que tratan de cultivarles espacios de paz a pesar de la violencia; amigas que no importa la ignominia están en los momentos cruciales y son capaces de ver la miseria cotidiana a los ojos; mujeres mayores determinadas a vivir con dignidad a pesar de todo; hombres mayores llenos de principios e ideales para quienes sería ya demasiado duro dejar ir lo que ya se fue. Todos en batallas personales, que al final también son colectivas: la batalla sobre seguir existiendo de verdad, sin que los quiebren.

Porque la verdad es que este cotidiano nos está quebrando.

Es un problema que sea sorprendente y no comprensible que yo no quisiera usar el metro el día siguiente de aquel martes. Como cuando una amiga imprescindible me contaba de cómo un Guardia Nacional apuntó y disparó a un vecino que lo filmaba. Pero no le dio así que no pasó nada. Y tan campantes podíamos pasar a otro cuento más… porque la historia hubiera sido que la bala del GN le hubiera alcanzado; la historia hubiera sido que la noche del martes en el metro hubiera habido un muerto. Y me temo que ni siquiera serían grandes historias. En Venezuela llevamos 4 meses de protestas con más de 90 muertos. Las muertes violentas son normalizadas en el país desde hace demasiado tiempo, y ahora también son normales las muertes por razones políticas.

En las noches se escuchan detonaciones en zonas donde no se escuchaban hasta hace muy poco. Y esta salvedad es importante, porque en los barrios populares las detonaciones como sonido de fondo son cosa común desde hace mucho tiempo. La violencia se ha ido esparciendo y se escuchan gritos pidiendo ayuda en edificios vecinos. La Guardia Nacional entra a edificios, mata mascotas, destroza portones. Escribo esto y voces de la polarización me recuerdan las víctimas de acciones violentas de grupos extremistas dentro de la oposición; de guayas y fuegos que han matado transeúntes. Las mismas voces me recuerdan las acciones de los paramilitares y grupos de choque que apoyan al gobierno de Nicolás Maduro, instalando el miedo en cada paso y cada disparo.

Esto no es normal aunque sea cotidiano.

Esto no es normal.

Que mañana se realice la elección (fingida) de los miembros de una Asamblea Nacional Constituyente que no ha sido convocada por el soberano no sólo no es normal, sino que es un punto de quiebre.

 

 

 

 

 

 

 


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Petróleo y constituyente: la última piñata

Por Antulio Rosales

Escarrá

Póngame la piñata por aquí

Mientras vemos silentes e impotentes a Venezuela deshacerse en un espiral de violencia,  algunos candidatos a la Asamblea Nacional Constituyente corporativa que promueve el gobierno de Nicolás Maduro han venido haciendo anuncios inquietantes acerca del devenir del petróleo en la post-República.

Vale la pena recapitular el contexto en el que la Constituyente emerge. En términos globales: bajos precios del petróleo. Ello debido a la sobre saturación del mercado, apuntalado especialmente por el petróleo de esquisto estadounidense; y una demanda en descenso, por la caída relativa del crecimiento económico en China y otras potencias emergentes. En Venezuela, se presenta la peor crisis económica de la historia, con graves implicaciones para la industria petrolera: disminución acentuada de la producción, sobre todo de los campos que dependen de PDVSA y, por ende, mayor dependencia en los crudos extraídos con socios extranjeros. Crudos más pesados y, además, menos rentables.

Para tratar de paliar la situación, el gobierno ha buscado incentivar nuevas inversiones, como es común en épocas de precios bajos. Ha ofrecido activos de CITGO como garantía para refinanciar sus bonos de la deuda. Se comprometió en una política de ambiciosa expansión minera, con fuerte resistencia social y poco entusiasmo entre inversionistas. Y, finalmente, trató de avalar modificaciones a la estructura de las Empresas Mixtas en la Faja Petrolífera del Orinoco sin contar con la aprobación del Parlamento. Es decir, buscaba vender activos a precios de gallina flaca a empresas extranjeras – seguramente de países aliados – a espaldas de la soberanía popular.

De ahí viene el conflicto que hoy tenemos, de las famosas sentencias 155 y 156 en las cuales el TSJ disolvía la Asamblea Nacional, pero además permitía al gobierno saltar los procedimientos de contrapesos contemplados en la Ley de Hidrocarburos.

En ese contexto, el candidato a constituyentista Hernán Escarrá anunció que la ANC debía estatizar completamente la industria petrolera. Se aventuró incluso a sugerir la redacción de un nuevo artículo 303 que taxativamente estatizara la industria. Desde que la izquierda venezolana lograra la aprobación de la Ley de Reversión de los hidrocarburos en el Congreso a comienzos de los años 70 del siglo pasado, un estatismo tan pronunciado no era pregonado a ese nivel. Ni Hugo Chávez propuso algo así. Incluso su campaña de plena soberanía petrolera– hecha en un momento de precios elevadísimos y un contexto de apoyo interno y respaldo externo muy distintos a los que cuenta Maduro hoy – se cuidó de mantener la inversión extranjera en el país.

Es que el anuncio contradice lo que el gobierno ha venido buscando con sentencias como la 155 y 156. Es posible que Escarrá solo busca alebrestar un momentáneo sentimiento nacionalista para luego negociar con las preocupadas empresas que habrán iniciado sus consultas con las estructuras de poder. Como dice Francisco Monaldi, es en todo caso un suicidio para el propio Estado. Implicaría acabar con la poca producción que mantiene a flote el ingreso de divisas que tiene el país. Esas escasas divisas que permiten importar lo poco que se consume y lo que se paga en deuda. Si algo está claro es que el Estado venezolano en solitario no podría mantener el nivel de producción que hoy tienen empresas mixtas.

Pese a lo irracional, es un anuncio que puede emocionar a aventureros armados y apoyados que quisieran extraer unos centavos más de un botín que se ha visto mermado. Escarrá está quizás anunciando el último capítulo de esta piñata-República.


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Disléxico o pintor: notas sobre las bases de la constituyente corporativa

Por Antulio Rosales

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Acto de entrega… de las bases electorales

En el pasado, gobiernos militares como el de Marcos Pérez Jiménez organizaban elecciones a regañadientes y con la determinación de violar la decisión popular si esta le fuera adversa. Desconocer un resultado electoral para el gobierno de Nicolás Maduro es sin duda mucho más costoso hoy en día. Venimos del desconocimiento del resultado de las elecciones de 2015 y el país está sumido en una crisis de la que parece no poder escapar. En la actualidad, el proceso comicial para la Asamblea Nacional Constituyente corporativa implica una serie de normas que son en sí mismas un fraude. No hace falta cambiar el resultado ya que la elección está organizada expresamente para que el Gobierno obtenga la mayoría.

Asalto a la Constitución

Como ya se ha explicado, la primera lesión a la constitución ocurre cuando convenientemente el CNE y el Ejecutivo confunden contar con la “iniciativa de convocatoria”, con ser depositario de la soberanía y, por ende, tener la capacidad de convocar una Asamblea de este tipo. Luego, el CNE acepta en horas unas bases comiciales que violan el principio de universalidad del electorado y además revisten complicaciones tales que obligan a crear padrones electorales ad hoc, imposibles de verificar y auditar. Además, promete celebrar elecciones de unos 545 asambleístas en dos meses.

Pongamos esto en perspectiva: el gobierno insiste en que el Referendo Revocatorio que buscaba la MUD no fue aniquilado por su arremetida autoritaria, sino que la oposición no lo activó con suficiente tiempo. Veamos, el CNE tomó tres meses para entregar unas planillas que permitirían dar el primer paso para su activación. En menos de un día, el mismo CNE aprobó las bases comiciales de una convocatoria que no cuenta con la aprobación del pueblo, único depositario del poder constituyente. El CNE tardó meses para verificar las firmas que le darían a la MUD la posibilidad de solicitar la convocatoria a referéndum. Posiblemente solo tarde días verificando las firmas de los candidatos a constituyentistas si quiere llevar a cabo elecciones en julio, tal y como ha prometido.

Sobre-representar a algunos, sub-representar a otros

Ahora bien, las bases comiciales parten de un mínimo principio de representación. Para que fuera potable para el gobierno, la “elección territorial” viola radicalmente el principio de proporcionalidad, consagrado también en la constitución, equiparando todos los municipios del país sin importar su población. Esto quiere decir que un municipio como Maracaibo, con más de un millón de electores tendrá la misma cantidad de constituyentes que el municipio Trujillo, con cincuenta mil electores. Incluso el municipio Libertador, que cuenta con el “privilegio” de elegir 7 constituyentistas, está sub-representado. Sigamos con Trujillo. Esta entidad federal, con poco más de 500 mil votantes, en total elegirá 21 miembros a la Asamblea Nacional Constituyente, es decir, tres veces más que el Distrito Capital, que casualmente triplica a Trujillo en total de habitantes.

Aún así, el profesor universitario Héctor Briceño calculó que la elección territorial ultra-desproporcionada que plantea Maduro, si contara con la misma intención de voto que la elección de diciembre de 2015, convertiría aquella derrota del PSUV en una pírrica victoria del 52%. Claro está, desde entonces, la crisis ha aumentado así como el descontento, aunque también lo ha hecho el autoritarismo gubernamental. Es decir, incluso con la grosera sobre-representación de votantes comparativamente más sensibles a las directrices gubernamentales, no está completamente asegurada la victoria del PSUV. Dada esta realidad, Maduro creó las bases “sectorizadas” que le dan el carácter corporativo a la convocatoria.

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Tomado de @hectorbriceno

Disléxico o pintor: como lo diga el PSUV

Una representación corporativa implica la reducción de la ciudadanía a un rol pre-establecido en la sociedad. Tanto así que un elector solo puede ser “trabajador” o “indígena” o “persona con discapacidad”. No cabe en la imaginación política de Maduro que alguien pueda ser trabajadora y estudiante o disléxico y pintor. Pero lo importante aquí es que el Estado-partido se reserva el derecho de determinar quién pertenece a qué grupo, es decir, califica a los electores y, evidentemente, delimita a priori a los futuros elegidos.

Para muestra un botón: los pueblos indígenas elegirán a sus 8 asambleístas de acuerdo con sus “tradiciones ancestrales”. No queda claro si son las tradiciones de una nación u otra, de los Warao o de los Pemones. No sabemos qué dicen los liderazgos de los pueblos indígenas acerca de esto, ni cómo se definirán estas bases electorales. Curiosamente, sí sabemos que muchos de los derechos de las poblaciones indígenas consagrados en la constitución de 1999 siguen sin cumplirse como es el caso de la demarcación de sus tierras. También está claro que esta representación no será bajo el parámetro de elección universal como la Constitución de 1999 obliga. Bajo esos parámetros el gobierno perdió 2 de los 3 diputados indígenas en 2015 y objetó la elección de uno de ellos como excusa para negar la legitimidad de la Asamblea Nacional. No podemos olvidar que de aquella artimaña colonial nace la disputa que hoy tiene al país en vilo.

Evidentemente, no hubo discusión alguna acerca de la pertinencia de los sectores sociales “representados” en la propuesta de Maduro, ni por qué fueron ellos y no otros los que ahí aparecen. Incluso queda la duda de cómo serán sub-divididos los trabajadores, lógicamente los sujetos privilegiados por la pre-elección del Presidente. Y recientemente el CNE asomó la posibilidad de hacer dos o más elecciones. Un “novedoso mecanismo” para advertir cambios en caso de que el panorama se ponga adverso para el gobierno.

Más allá del carácter fraudulento de las bases comiciales, lo esencial de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente es que la actual carta magna es una camisa de fuerza ya insoportable para su gobierno. En los últimos meses las violaciones a la constitución son tan evidentes que se ha visto obligado a cambiarla. De acuerdo a las bases actuales, no queda claro que el producto de la Constituyente será sometida a la voluntad popular. La condición de “originaria” le da al gobierno de Maduro luz verde para finalmente eliminar la Asamblea Nacional, con un viso pseudo-legal. De igual forma, esta ANC seguramente re-definirá el papel de las autoridades locales, estableciendo una nueva “geometría del poder” que en síntesis concentre todo el poder en el Ejecutivo, sustentado únicamente en la voluntad de sectores pre-definidos por el propio gobierno.


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Cinco minutos de dignidad

Todos los bravucones anti-imperialistas sueñan con sus cinco minutos de dignidad. Esos en los mario-moreno-Cantinflasque puedan gritar que los derechos de una pobre nación libre y soberana se están vulnerando por “el dueño del circo”. En esos minutos dignos, también cuentan con la solidaridad de algunos Estados satélite que reciben por vía whatsapp las consignas a vociferar. En esos minutos de dignidad se denuncia al oprobioso senador republicano que amenaza a los “pequeños”, mientras el bravucón les saca la factura de los favores otorgados.

Descuento en la factura. Envíos históricos. Deudas perdonadas. Corruptelas alcahueteadas.

En esos minutos de dignidad, no importa que “ustedes tengan los votos”. Así como no importa que la Constitución le exija que con votos se resuelvan los desencuentros internos. Cuando hay dignidad, al bravucón de turno le basta con el Artículo 1. Todos los demás se pueden pisar e ignorar.

Cuando el bravucón tiene dignidad no puede aceptar intervención en asuntos internos. La dignidad, eso sí, le da derecho a responder sacándole los trapitos sucios a todos los demás, en orden ascendente. Para estos dignos, la soberanía no es otra cosa que soberbia. Suscriben acuerdos que luego llaman injerencia. Suscriben acuerdos que solo sirvan para defenderse y defender a sus amigos. Y serán traidores aquellos que demanden su cumplimiento. En televisión nacional dirán: ¡gravísimo crimen! En Tribunales ocultos dirán limítese la inmunidad de los representantes de la soberanía popular. Este es un asunto de Estado, un problema interno, que resolveremos nosotros, con nuestra dignidad.

Honores recibirá quien tuvo la oportunidad de defender la dignidad de la élite que gobierna y que inunda con su soberbia la soberanía de todos los demás. Indignos serán aquellos que exigen cumplimiento de la Constitución, de la auto-determinación, esa del Artículo 1 y que, señores dignos, se ejerce por medio del voto.

Antulio Rosales

 

 


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‘Rojo y Azul’ mi vacuna contra la desesperanza

Masaya está mirando

Anoche EL me pidió que le leyera ‘Rojo y Azul’ de Mireya Tabúas antes de dormir. Era una noche larga, después de un fin de semana de desvelos y corazones rotos. Claro que en principio ella no sabía de qué iba el despecho, ni tampoco lo sabía VM que es más grande y atenta al mundo de la política. Las hemos guarecido de tanta noticia incompresible y comportamiento indeseable. Después de todo ¿cómo se explica el absurdo? Trato de guarecer a mis niñas — parte de esa diáspora venezolana que crece y el Estado venezolano desprecia — como familiares y allegados que permanecen en el país protegen a sus críos de la desvergüenza en que se ha convertido la élite política venezolana.

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EL fue muy apropiada en su elección de lectura, porque como siempre, l@s niñ@s saben más de lo que estamos dispuestos a reconocer. ‘Rojo y Azul’ es un…

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Golpista y cobarde

Por Antulio Rosales

En pocas horas ya se ha dicho bastante. Se les cayó la careta. Amaneció en dictadura. Se cerró la última ventana democrática que quedaba.

Con la displicencia que sienten los déspotas por la soberanía popular, el gobierno anuló el Referendo Revocatorio por la vía de tribunales inferiores. Los gobernadores acólitos, esos cuyo mandato fue extendido de manera espuria hace apenas unos días, fueron los encargados de liderar la jugada. En simultáneo, militarizan la autopista Caracas-La Guaira y prohíben la salida del país de unos cuantos líderes de la oposición.

El Presidente devenido dictador se fue antes de todo eso. Salió con la excusa de ir en tour relámpago (¡de cuatro días!) a seguir buscando el anhelado aumento de los precios del petróleo. Como si hubiera sido exitoso en esa empresa los últimos meses. Escogió irse ayer y cuando su avión estuviera cruzando el Atlántico, actuaron los poderes públicos coordinados y bajo órdenes centrales. Actúan con la indolencia que alguna vez tuvieron otros tiranos nacionales. Pero este tiene una característica especial: es un cobarde. Dejó preparado el terreno para truncar la participación popular y no asumió su parte. Lo asomó preguntando en asamblea coreografiada si los presentes estarían dispuestos a volver a perder una elección. La negativa efectiva se la dejó a otros, que actuaron escondidos en tuits y notas de prensa. La doctora Lucena no mostró su cara. Los gobernadores llevaron su demanda fraudulenta a 140 caracteres y Maduro campante se fue a Medio Oriente a buscar nuevos acuerdos dejando la estela militar entre Plaza Sucre y Maiquetía.

Este aventurero golpista decidió no asumir su responsabilidad, vaya forma de traicionar el legado.

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A la tierna izquierda (inter)nacional: A ver si se atreve a mirar a su muñequita

Masaya Llavaneras Blanco

Hace poquito, en un país del Caribe que me recibió hermoso y enredado —como es el Caribe– me senté a conversar con compañeras feministas que me encontré en el camino.

Escuchándonos acentos, llegamos a mi venezolanidad, reímos y disfrutamos sabernos cercanas. Una de ellas me habla de lo cercana que siente “La Revolución.” Se engancha a decirme cómo en su momento le cambió la vida saber que tal cosa podía ocurrir, y que en Venezuela esa cosa —”la revolución“— era “real”.

A los pocos segundos me mira. Me nota silenciosa.

Me dice “Pero de lo está pasando ahora no vamos a hablar.”

En pleno círculo social esta chica que apenas me conoce me dice de qué hablaremos y de qué no con respecto a mi país de origen. Yo sonrío haciendo alarde de la trujillanidad que me heredó mi abuelo: ese sonreír con los labios cerrados, en silencio pero con tanto contenido. Sólo atino a decirle que “la verdad es que ahora Venezuela no está nada bien”.

Ella tuvo a bien seguir hablando —ahora incluso con la voz más fuerte— sobre las maravillas de la revolución, dirigiéndose a las otras chicas no tan enteradas de la vida en Venezuela o del país del que hablaba mi nueva amiga revolucionaria.

Hay algo que ella dejó muy en claro: no quería saber más, y no quería que las otras supieran nada que no se pareciera a la revolución de la que ella estaba hablando.

A su narrativa no le convenía mencionar la insatisfacción profunda, la escasez real, el hambre cotidiana, o la decepción insoportable. Su revolución es como una muñequita de porcelana de las que las abuelas más mayores tienen en el ceibó de la casa. Su revolución está guardada, como souvenir, como una postal que le mandaron de una tierra exótica porque esta chica (que de resto me caía muy bien) nunca había ido a Venezuela. Sin embargo estaba preparada para contarles a todas lo maravillosa que es la “revolución”, cual postales de Leningrado.

Su Revolución de porcelana es frágil, no aguanta preguntas, no resiste dudas y por tanto pretende aplastarlas. Su revolución no aguanta otras voces, su revolución no quiere verse en el espejo. Entonces la muñequita queda allí en el ceibó. Agarrando polvo. Las arañitas le hacen telarañas alrededor. Quizás hasta se hace un nido de chiripas justo allí, debajo de la muñequita, por dentro de la muñequita.

No sé si esta chica un día quiera limpiar sus muebles. Quién sabe qué se encuentre entonces, cuando quiera quitarle la película de polvo a la decoración de su ceibó. Es curioso que a pesar de lo tanto que la quiere, nunca la mira realmente. Sólo le gusta saber que su muñeca está ahí. No importa a qué costo. No importa en qué se convierta.

Ella dice dormir tranquila porque sabe que la(su) revolución existe.

Yo por el contrario encuentro cada día más difícil alcanzar el sueño.

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La muñeca de Plaza Venezuela, 2011. De Masaya Llavaneras Blanco. Tomada de IslandiaCaravan (https://islandiacaravan.wordpress.com/2011/04/24/islandiacaravans-third-photo-exhibit-on-the-urban-landscape/)

 


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Derechos y reconocimiento: más allá del drama y el rechazo a los venezolanos en el exterior

Por Antulio Rosales

Varios meses atrás el canal del Estado, Venezolana de Televisión (VTV), transmitió una suerte de reportaje documental acerca de la reciente emigración venezolana. El reportaje puso de manifiesto un sinnúmero de prejuicios y el evidente desconocimiento que tiene el principal factor de poder mediático en Venezuela sobre la situación de los emigrados. Resultó ser una prueba del importante reto que implica para la sociedad venezolana reconocer a su propia diáspora y, más aún, para el Estado asumir la responsabilidad de garantizar los derechos de sus ciudadanos fuera del territorio nacional.

La idea central del reportaje es reducir el fenómeno de la emigración a un “tipo de venezolanos” que, en esencia, no podría llamárseles como tal. De acuerdo con una psicóloga consultada, los que migran son—casi todos—“blanquitos”, rubios, de ojos claros descendientes de inmigrantes europeos. La caracterización de este grupo poblacional la hace sin presentar dato alguno más que su propia imaginación—gracias al vocablo “diría yo”—y asumiendo un evidente prejuicio étnico-racial cuyo correlato es la romantización de lo “auténtico” que por supuesto no tendría tez blanca y es esencialmente popular, bueno y, claro está, leal. En el punto cumbre del “análisis”, asume que estos emigrados nunca tuvieron arraigo alguno en la patria y por eso se van. Eso sí, como buenos apátridas, nunca se adaptan en sus destinos, sufren la crisis del capitalismo, extrañando la belleza única de la tierra de Bolívar.

El objetivo último es desconocerlos y asumirlos como foráneos aunque tengan cédula y pasaporte venezolano. Es la excusa para ignorarlos, pero además y más importante, para negarles sus derechos. El supuesto análisis es una fachada para validar los presupuestos que tiene el poder y que entra en sintonía con las narrativas polarizadas a las que nos tiene acostumbrado el país. La migración es otro de esos temas que se ve atrapado en esas narrativas totalizantes. Es un hoyo negro en la información oficial y también resulta un espacio de fijación fácil para eslóganes vacíos.

La oleada migratoria no existe para el gobierno. No hay datos oficiales que den cuenta de esta realidad, no hay esfuerzos reales por acercar esta población a las sedes de representación oficial del Estado. Algunos revolucionarios sí reconocen el éxodo pero tienden a banalizarlo y consideran a los emigrantes unos raspacupos crónicos que viven de la teta gubernamental y jamás han pasado trabajo como el pueblo mismo.

Al otro lado de la acera, este es uno de los puntos sentimentales más hondos. Se habla del drama migrante y el de los “padres huérfanos”. Los más románticos ven en los emigrados únicamente a meritócratas formados en grandes universidades: un caudal de talento desperdiciado. Éstos deberán volver cuando la “democracia retorne” y ocuparán los espacios que dejaron o de los cuales fueron expulsados.

Maiquetía

Borroso en Maiquetía

La realidad es más compleja. Cada vez más, quienes emigran vienen de orígenes muy diversos. También tienen nuevos destinos, no solo España, Estados Unidos y Panamá, sino también Ecuador, República Dominicana, Perú, Argentina, México y muchos destinos más allá de América Latina. Ya no es extraño encontrarse con otros venezolanos atendiendo una cafetería en Toronto, gente vendiendo arepas en las calles de Santo Domingo y trabajadores informales en Quito. Y por supuesto, están muy lejos de ser esos “blanquitos pasteleros” que describía la psicóloga en aquel reportaje.

 

El Estado deberá alguna vez plantearse una agenda seria que logre tender puentes, pero sobre todo, reconocer derechos a ciudadanos que no están en el país. Para comenzar, hay que sacar cuentas, por muy dolorosas o incómodas que estas sean. En la actualidad, por ejemplo, los niños nacidos en Venezuela que cumplen 9 años fuera del país no tienen forma de renovar su pasaporte porque no tienen cédula. La expectativa es que los menores viajen con un documento de emergencia a Venezuela y hagan el trámite desde allá. El derecho a la identidad está siendo violentado de la forma más descarada a quienes son más vulnerables.

Los derechos económicos de quienes dejaron aportes en el seguro social deberán ser honrados. Además, los venezolanos están sub-registrados en las listas de los consulados y en el Consejo Nacional Electoral. Los pocos registrados solo pueden votar en elecciones nacionales, lo cual limita su participación política. No hay que explicar por qué nada de esto es casual. Si estos no son ciudadanos dignos de reconocimiento, mucho menos lo serán de influir en quien gobierna. En otros países, los expatriados tienen el derecho al sufragio como habitantes de su último domicilio en el país y, por ende, pueden escoger representantes al parlamento. Algunos, como Colombia y Ecuador, pueden incluso escoger representantes propios en el parlamento en circunscripciones extra-territoriales.

El principal reto que enfrenta Venezuela con sus ciudadanos dispersos por el mundo es el del reconocimiento. Para reconocerles, tendrá que saber quienes y cuántos son y asumirlos como ciudadanos, no como parásitos o traidores, sin importar qué los llevó a migrar, el color de su piel y si algo de amor sienten por la patria.


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Militarismo y Arco Minero: el camino minado al revocatorio

Por Antulio Rosales

Uno de los más reconocidos intelectuales de izquierda en Venezuela, Edgardo Lander, en junio pasado analizaba la crisis que vive el país y la peligrosa actitud del Consejo Nacional Electoral (CNE) y el gobierno nacional frente a la solicitud de un Referendo Revocatorio. Decía Lander “Desde un punto de vista constitucional, sería tan grave que el gobierno impidiese la realización de un referendo revocatorio que haya cumplido con todos los requisitos legalmente establecidos, como lo sería impedir la realización de una elección para mantenerse en el poder. Por ello, si el gobierno, en forma ilegítima, bloquease la realización del referendo revocatorio en el año 2016, estaría rompiendo el hilo constitucional”.

La rectora Tibisay Lucena confirmó hace poco, gracias al uso acomodaticio de los lapsos establecidos en las normas electorales, que el CNE no organizará un eventual referendo revocatorio antes del 11 de enero de 2017. El órgano electoral demostró que en efecto ejecuta políticas determinadas por el gobierno, dándole la posibilidad de manejar su propia transición y evadiendo la consulta popular que podría legítimamente sacar al PSUV del poder. Lucena, en un ejercicio de proyección, habló del aparente descrédito que llevan adelante algunos “actores políticos” al proceso, como si se tratara del esfuerzo propio: “se busca una aplicación interesada de la norma que atenta contra la seguridad jurídica y técnica y pone en peligro la seguridad y que el proceso sea vulnerado. Cuando se actúa de esta manera, podemos asegurar que se está golpeando el Estado de derecho en su conjunto”.

La negativa del gobierno a la consulta popular para dirimir la diatriba política atenta contra la democracia y pone al país en riesgo de sumergirse en violencia generalizada. Eso no es todo, tiene como correlato el rechazo de la clase dirigente a tomar cualquier medida que permita ya no salir de la crisis económica, pero al menos palearla.

Su única carta bajo la manga, su única política económica es controlar más los procesos productivos y someter al 12% del territorio a la más grande campaña de extracción minera que haya vivido Venezuela, en el contexto de un estado de excepción que inhabilita cualquier protesta, denuncia y crítica. Se unen el autoritarismo ramplón y el extractivismo descarado.

En el más reciente anuncio de proyectos de inversión en el Arco Minero del Orinoco (AMO), Nicolás Maduro presentó acuerdos con empresas extranjeras desconocidas por la sociedad. Son igualmente desconocidos los mecanismos de adjudicación de esas concesiones. Maduro aseguró el carácter “ecológico” y “soberano” del proyecto, sin ningún estudio de evaluación ambiental que lo avale, sin alguna consulta significativa con las comunidades afectadas por la iniciativa. Eso sí, atinó a etiquetar de traidores a aquellos que critican el AMO e incluso a denunciar, nuevamente sin pruebas, de estar financiados por las mafias de la minería ilegal.

No obstante, es precisamente la empresa militar CAMIMPEG una de las entidades nacionales autorizadas a formar parte de los trabajos de exploración y extracción. Se organiza el territorio del AMO alrededor de distritos militares, bajo el mando del Ministro de la Defensa, para darle coherencia con la tónica de gobierno marcial que ha impulsado Maduro en las últimas semanas, cuando al gabinete se ha subordinado a las órdenes del Ministro. Padrino López decidirá la jerarquía militar que garantizará la defensa del territorio y, evidentemente, del negocio que compartirán militares, inversionistas extranjeros y el resto del Estado. A eso es a lo que el gobierno llama “trascender el rentismo petrolero”.

El cierre de espacios en la democracia y el avance avasallante del Arco Minero se van encontrando en alianzas puntuales, desde un pronunciamiento de la Asamblea Nacional contra el AMO hasta la solicitud de miembros de la plataforma contra el Arco Minero para que el CNE permita el proceso del Referendo Revocatorio. De esa demanda salió la expulsión de Esteban Emilio Mosonyi, Edgardo Lander y Santiago Arconada del Consejo Rectoral de la Universidad Nacional Experimental Indígena del Tauca. Esta no solo fue una muestra más de la intolerancia gubernamental, fue sobre todo un aviso a los distintos sectores insatisfechos del chavismo para que cierren filas y mantengan la disciplina. Aún así, alrededor del AMO se está gestando un proceso social autónomo y de base en resistencia.

La ruptura del hilo constitucional implica en la actualidad una mezcla tóxica de facciones burocratizadas y enquistadas en los distintos poderes públicos y una jerarquía política a merced de la fuerza armada que asegura negocios de extracción e incrementa su poder con total impunidad. La tenaza institucional asfixia las iniciativas electorales y criminaliza aún más la disidencia, marginando sectores sociales hasta hace poco aliados. Ese control vertical y militarista genera incentivos para que nuevos grupos de chavistas desilusionados se distancien todavía más del gobierno de Maduro—un gobierno que en la actualidad se sostiene únicamente por la fuerza y la arbitrariedad—y se incorporen a la demanda del Referendo tal y como lo determina la Constitución.

Noalarcominero

Protesta contra el AMO frente al Ministerio de Finanzas