Fuera de radar

Fuera de Radar: recuerditos sin género y otros mundos impensables

El otro día, mi suegra, con gran vocación de abuela consentidora se ofreció a ayudarnos en el cumpleaños de su nieta encargándose de los recuerditos. Luego de una conversación que hemos tenido varias veces, asumió cumplir la única condición innegociable que pusimos: no comprar juguetes de princesas, ben-dieces o cosas parecidas. Así, con nuestra exigencia en la cabeza se lanzó a la calle con la ingenua esperanza de volver cargada de regalos.

Como era de esperarse después de horas recorriendo el centro de Caracas sin resultado, de entrar a mil jugueterías y almacenes chinos, se dio cuenta de lo difícil de la empresa. En la octava tienda a la que entró, luego de varios intentos frustrados por explicarse y ante la ante la mirada atónita de la dependienta por la excentricidad de sus especificaciones echó mano de lo primero que le vino a la mente: mi hijo y su mujer son evangélicos, por eso son un poco extraños, por eso no les gusta el rosado, ni las princesas ni las pistolas. Ah, ya entiendo, contestó la dependienta, y se dispuso a buscar unos creyones y unas plastilinas que guardaba en un rincón olvidado de la tienda.

Ese pequeño conflicto, ese momento de incomunicación y esa ingeniosa salida de mi suegra ilustran perfectamente el no lugar en el que nos encontramos y desde el cual escribimos.

Vivimos toda nuestra vida en un país en el que ser mujer y llevar el pelo corto es un acto de radicalidad política o en el que optar por no depilarse las cejas es una afrenta estética contra el mundo. En el que responder a la agresión de un piropo en la calle resulta poco menos que delirante. Y en el que intentar resistir a tanta modelización te hace objeto permanente de esa forma de violencia nacional que es la burla y el chalequeo.

Esa misma sensación de estar por fuera de la cultura (de la cultura política y de la cultura a secas) es la que nos produce escuchar a amigxs queridxs apelando a las consignas de VTV al intentar explicar el golpe suave o la guerra económica, o burlarse de la humillación a un adversario político. Es la que provocan nuestras preguntas sin respuesta y nuestros señalamientos incompatibles con la coyuntura. La misma que provocan aquellxs jovencitxs que confunden hacer política con tener un capricho y que ignoran que existe un mundo más allá de su linda urbanización de casas blancas.

Estar fuera de registro es ser un poco ininteligible. Es hacer ruido todo el tiempo. No encajar. No se trata de un lugar heroico ni una posición que nos haga sentir aventajadas. Es solo el lugar en el nos ha tocado vivir en estos tiempos: tiempos de radicalidad de Ministerio, de consignas vacías, de secuestro del debate, de mediocridad generalizada, de oposicionismo tonto y clasista. Tiempos de misoginia general, de atrincheramiento del conservadurismo, de normatización brutal, de exaltación de la homofobia criolla. Tiempos de aplanamiento del pensamiento, de muerte de la invención, tiempos de asfixia.

Estar fuera de radar es el lugar que hemos escogido para hablar, para no sentirnos cómplices, para reposicionarnos y para reconstruirnos. Es a la vez una estrategia para no morir de tedio en medio de esa aridez que asedia nuestro entorno. Habitar ese no lugar es la opción que defendemos para no traicionarnos a nosotras mismas y para dignificar nuestro paso por este aquí y este ahora convulsionado y estéril.

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