Por Antulio Rosales
El 6 de diciembre, el pueblo venezolano se expresó contundentemente, como la luna llena, y votó abrumadoramente contra el partido de gobierno. El resultado favoreció a la oposición—diversa, muchas veces dispersa—y las tendencias cubrieron al país entero.
El gobierno aceptó el resultado. De manera rápida, un Maduro cabizbajo asumió la derrota y dijo que ganó la guerra económica. Se comparó con Salvador Allende y Jacobo Arbenz. Por Miraflores no entró cañón alguno. No hubo balas sino votos. No fue un golpe de estado. Maduro sigue siendo presidente. Maduro no es Arbenz, ni es Allende, es solo Nicolás Maduro. Ya hubieran querido aquellos tener el poder que hoy goza el PSUV. Un poco de autocrítica real le haría bien tanto al Presidente como a su movimiento político. Si quiere seguir siendo referencia nacional y regional, deberá espantar los fantasmas que lo persiguen y reconocer que es en parte importante responsable de ese resultado. No es una simple víctima de factores ajenos a sí. La arrogancia lo llevó a la derrota y ahí lo dejará si no es capaz de rectificar.
Deben ir más allá de sus proclamas conocidas, de su orgullo inflado. Ese orgullo que les lleva a gritar que ellos sí son demócratas, que siempre han aceptado sus derrotas, mientras que la MUD solo acepta cuando gana y, mientras, pregona que vivimos en dictadura. En efecto, la oposición irresponsablemente ha desconocido resultados. Ha llamado a las calles después de perder elecciones, muchas veces sin pruebas contundentes. Ahí tiene también la MUD una tarea de reflexión interna importante: ojalá el salidismo reconozca que el esperismo tenía razón, que les tocaba construir una mayoría y que ello pasaba por la vía electoral.
Pero el gobierno también ha desconocido cada una de sus derrotas importantes, solo que no ha gritado fraude. A cada gobernador opositor lo ha diezmado y le ha montado estructuras paralelas con más plata y apoyo directo del poder central. La Alcaldía Mayor fue estrangulada y casi eliminada cuando pasó a la oposición. Las reformas constitucionales rechazadas en referendo fueron aplicadas de manera espuria. Mayorías absolutas se fueron convirtiendo en calificadas por dudosa acción del Poder Judicial y del propio Parlamento. Se negaron a hacer política, irrespetaron al otro y a quienes representaban.
A la democracia le han fallado ambos bandos y no pocas veces. Es una deuda que tienen todos con el país y con sus seguidores.
El anuncio del Consejo Nacional Electoral que da cuenta de la victoria de la MUD no puede ser usada como manipulación para que la ciudadanía no cuestione el talante democrático del Estado. Esa es la obligación del Poder Electoral, no se debe esperar otra cosa. No se trata una concesión benévola del poder a los ciudadanos, es el reflejo de la voluntad popular. Le corresponde al CNE ganarse la confianza de todas y todos, aunque francamente haga un gran esfuerzo por alcanzar lo contrario. Al poder le corresponde tener un poco de humildad y aceptar sus errores. Le corresponde además abandonar la táctica del chantaje barato. ¿Hasta cuando se nos conmina a agradecer que haya, mal que bien, servicios de salud y educación gratuitos cuando en diez años Venezuela contó con la bonanza petrolera más grande de su historia? ¿Por qué la pensión de quien ha trabajado su vida entera debe ser objeto de agradecimiento como si se tratara de una dádiva caritativa? ¿Por qué una crítica debe ir acompañada de perdones, agradecimientos y sumisiones para que se considere legítima?
La Unidad tiene grandes retos ahora, seguramente podrá legislar y deberá tratar de aportar soluciones a la crisis tan severa que vive el país. Debería además asumir agendas incómodas pero necesarias que nos acerquen al Estado democrático, social, de justicia y de derecho que dicta la constitución. La oposición que exigió reconocimiento a su adversario cuando éste estaba en la cúpula del Palacio Federal Legislativo deberá respetar a la bancada minoritaria. Y éstos deberán admitir que son pueblo, pero que sólo son una parte de él y que, al menos ahora, la mayoría está en la acera del frente.