Fuera de radar


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Disociados todos

Por Valentina Blanco

Disociar.

(Del lat. dissociāre).

1. tr. Separar algo de otra cosa a la que estaba unida. U. t. c. prnl.

2. tr. Separar los diversos componentes de una sustancia. U. t. c. prnl.

Diccionario de la Real Academia Española

En Venezuela: Acción mediante la cual un individuo separa su conciencia de las realidades que le rodean y de las cuales forma parte.

Siempre he sentido que en Venezuela tenemos la mala costumbre de usar ciertas palabras en exceso, hasta que de alguna forma pierden su sentido. Si eres inquieto te llaman hiperquinético, si estás molesta te llaman histérica (esto con connotaciones tan históricamente misóginas que merecen su propio texto). Sensaciones y hechos cotidianos adquieren condiciones grandilocuentes. Pensé que ese era el caso de la palabra “disociado”, o “disociada”, pero en esa me equivoqué. En Venezuela sí estamos disociados. Y no es un término sólo válido para la oposición, aunque haya sido así planteado por el chavismo. Disociados somos todos.

Disociados cada vez que preguntamos sobre el bando político de alguna persona fallecida en las protestas.

Disociados cada vez que retuiteamos que se escucharon disparos en la calle tal, a pesar de que, estando allí en ese instante no escuchamos nada. Pero bueno, “si alguien lo tuiteó debe ser cierto…”

Disociados los chavistas que son servidores públicos y ven de cerca los errores garrafales de una gestión tras otra y “no dicen esta boca es mía”. Es tal el miedo a ser confundido con el otro que me tapo los ojos, me tapo los oídos, me tapo la boca y termino por taparme la existencia. Pero que de mi lealtad al proceso no sea puesta en duda.

Disociados los guarimberos que piensan que tumbando árboles construyen democracia, o que su resistencia se asemeja a alguna lucha justiciera. No es resistencia pacífica y mucho menos democrática la instalación sistemática de trampas asesinas que matan al primer desafortunado.

Disociada la señora chavista eterna, negada a hablar de la escasez de alimentos aunque le tome un día entero hacer un mercado mínimo, que además le costará el doble de lo que le costó hace dos meses.

Disociados los opositores que desde dentro y fuera del país llaman a la intervención internacional como si el conflicto venezolano se tratara de un juego de video y que la llegada de mercenarios lo haría más épico, en el sentido hollywoodense de la palabra. Disociados incluso los que piensan que la condena por parte del gobierno de EEUU surtirá un efecto favorable al diálogo y la democracia en Venezuela.

Disociada la periodista que habla ante los medios “progresistas” internacionales sobre cómo la revolución garantiza la atención médica a todos los pacientes cuando cualquier persona con un pariente enfermo puede contar largas y dolorosas historias de escasez de medicamentos, insumos y muchísimo maltrato de médicos, enfermeras y vigilantes.

Disociados los líderes del movimiento LGBTI cuando dicen que hemos avanzando tantísimo en materia de igualdad de derechos para todos y todas, cuando el principal descalificativo a líderes opositores ha sido “acusarlos” de homosexualidad como si se tratara de una enfermedad.

Disociado el señor que defiende sagazmente los logros de la revolución pero ha sido asaltado tantas veces en el camino a casa desde el trabajo, que ya los malandros lo conocen y le han robado hasta el ticket del metro.

Disociada la señora de oposición que dice que la oposición es mayoría pero nunca concibió que la señora de servicio decidiera meterse a estudiar en las misiones y dejar de trabajar limpiando casas. El problema ante sus ojos era que “¡por ese camino ya no van a haber señoras de servicio!”.

Disociadas las líderes del movimiento de mujeres que enarbolan a Chávez como líder del feminismo cuando en todos sus años de gestión el aborto se mantuvo como un tema innombrable y seguían muriendo mujeres, sobre todo mujeres pobres, por abortos mal practicados y partos mal atendidos de embarazos no deseados.

Disociados todos. Disociada yo que escribo estas líneas y probablemente alcance a dormir esta noche a pesar de esta sensación punzante de que estoy en un país donde no puedo hablar con nadie, porque nadie es capaz de verse a sí mismo y mucho menos reconocer al otro. Cada cual tiene su cuota pendiente en esta disociación colectiva.


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En el útero de la política

Por Anyely Marín Cisneros

Hace varios años la Misión Vuelvan Caras, a la cabeza de otros programas del gobierno, desarrolló una línea de trabajo para fortalecer una política que apoyara la participación masiva de las mujeres en las misiones sociales. Era el año 2005 y el proyecto de desarrollo endógeno, bandera de la revolución socialista por unos años, contabilizaba 64% de participación de mujeres; una cifra superior se registraba en las misiones educativas. En la efervescencia revolucionaria el fenómeno parecía prometedor de importantes transformaciones culturales.

En ese entonces ya era evidente que esta respuesta masiva podía tener un alcance real en lo político y un impacto determinante en la subjetividad, pero su éxito dependía de que el movimiento popular se apropiara de este proceso, y entre otras acciones, abriera una línea de reflexión feminista que, a la par, obligara a la estructura del Estado a avanzar hacia un modelo equitativo. Pero como sabemos, entre la izquierda venezolana predomina una corriente decididamente antifeminista que rechazó una y otra vez la posibilidad de pensar problemas sociales relacionados con la división sexual del trabajo y los recursos, por no hablar del reparto simbólico e intelectual entre los sexos.

Los años prometedores quedaron atrás, sin embargo, el fenómeno de feminización de la base chavista no se detuvo. Si bien la absorción veloz del movimiento popular en el aparato burocrático, entre 2005 y 2013, traza la ruta del ocaso de las grandes promesas bolivarianas, la base chavista sigue fiel al gobierno, aunque cada vez más lejos de tener una producción semántica independiente. En el caso concreto de la feminización de las bases, se advierte la emergencia de una modalidad de poder que merecería una profunda intervención crítica apara atajar su deriva normativa y conformista, amén de cuestionar y evitar la creciente instrumentalización, noble o despótica, de las funciones del cuerpo.

Cuando Chávez se declaró feminista le dio consistencia al malestar social que proviene de la dominación sexual y de la violencia, misógina y sexualizante, que se practica en todas las esferas de la vida pública venezolana. Esta declaración contrarrestó la satanización histórica del feminismo entre la izquierda, pero el efecto irrepetible quedó sofocado por la dirección normativa del feminismo de Chávez, resumido en el juramento que el Presidente hizo repetir a sus seguidoras en alguna oportunidad: jurar por Dios parir y amamantar a los hijos de la Patria. Entre el útero de la patria y el culto a la madre quedaron afianzados los vectores conservadores de la gestión de los sexos en la Revolución bolivariana.

Dentro de las filas del chavismo han florecido numerosos colectivos de mujeres. Aunque algunos de ellos han organizado su trabajo en estrecha relación con entes gubernamentales, la mayoría ha propuesto agendas de acción independientes y han interpelado al Estado con éxito en diversas oportunidades. Por lo general, han sido mejor escuchados cuando sus demandas no excedían el marco de la lucha por los derechos reproductivos. Otras exigencias, como la despenalización del aborto, por ejemplo, se han visto truncadas frente a la hegemonía conservadora del gobierno, como lo hacen constar numerosos comunicados públicos de estos grupos. Pero la feminización de la base  atañe a una lógica diferente de la de los colectivos organizados.

La feminización del chavismo es el efecto de identificación masiva de las mujeres producto de la modulación de la afectividad, del llamado directo a su rol de madres (y ahora de hijas) y del requerimiento de proyectar en la polis su (supuesto) don de ternura y amor. Experiencias previas del movimiento de mujeres han visto reencauzadas sus fuerzas hacia las labores de cuidado y servidumbre bajo lemas como “Las mujeres hacen Patria”. Las resonancias con el caso bolivariano son obvias y podrían aportar pistas para repensar el destino de éste y otros aspectos de la subjetividad, pues el porvenir de cambios sociales profundos penden de los usos políticos que se hagan de las prácticas del cuerpo y los afectos. Hasta ahora, se ha explotado el levantamiento de la moral de las bases en versiones de culto sexista cuyos principios se alejan de lenguajes emancipadores. Los discursos que se dirigen a fortalecer el perfil de una supuesta mujer guerrera, madre y trabajadora sin descanso, a la cual se le exige entrega, amor y dedicación en el ámbito público y privado, le ofrecen la incorporación al cuerpo de la nación en tanto paridoras. En simultáneo, se fortalecen los dispositivos que incitan y celebran el talante de “la mujer venezolana” bajo un modelo sexualizante que ha convencido a las mujeres del Caribe de ser las más agraciadas del universo.

Así es que, en nuestra cultura, el seno materno comparte lugar con el implante de silicón. Buena parte de las bases populares aspira o ha practicado modificación corporal bajo parámetros más bien comerciales. Los programas de hipersexualización que hay detrás de estas prácticas están cada vez más extendidos y jamás encontraron obstáculos reales en la política bolivariana. Acá se solapan la vocación popular del proceso político y las estrategias chavistas que han apostado a filtrar elementos de marketing envueltos en supuestos lenguajes revolucionarios, neutralizando sistemáticamente las posturas críticas frente a esto.

La compulsión de estos discursos apunta hacia una subjetividad peligrosamente normativa. Los orígenes diversos de esas técnicas del cuerpo coinciden, no por azar, en puntos ciegos de la estratificación racial, sexual y de clases, por lo tanto, cabe la posibilidad de que estas estrategias de empoderamiento moral reviertan fácilmente hacia prácticas reaccionarias y de sometimiento, o cuerpos dóciles, adentro y afuera del movimiento. La revolución bolivariana pudo haber desplegado políticas que subvirtieran esos paradigmas estereotipados o pudo jugar a infiltrarse en ellos para fortalecer su base. Hasta ahora sigue ponderando la segunda vertiente.

Para completar ese engranaje, entre las mujeres del gobierno se advierte la falta de gramáticas próximas al feminismo o una visión de género amplia, que desafíe estos discursos. Destacan los casos de Andreína Tarazón y de Gabriela Ramírez. También son elocuentes las embestidas misóginas de Tania Díaz y de María León en la Asamblea Nacional, aunque la misoginia, junto a la homofobia, emerge en el discurso del oficialismo con gran frecuencia. La condescendencia que revela los constantes “reconocimientos” del rol de las mujeres en la revolución, y muy especialmente los modos en que se gestiona el tutelaje de ese potencial movimiento popular, hablan de otras formas de misoginia.

El fenómeno de las mujeres chavistas, y las políticas que lo empujan, sigue adelante intensificando tecnologías de género convencionales, hasta cierto punto sofocantes, que muestran la dimensión del equívoco que se ha producido al instrumentalizar la idiosincrasia como supuesto índice revolucionario y al poner énfasis celebratorio en las costumbres y los hábitos antes que apostar por la transformación de éstos. Al encumbrar al pueblo como modelo ideal de sí mismo el chavismo ha creado su mayor fortaleza y su callejón sin salida. Este efecto es mucho más evidente en el uso que se ha hecho de los lenguajes populares y de las representaciones que se le atribuyen al pueblo, a los jóvenes y a diversos sectores. Estereotipos y sobredimensiones que inflaman un relato de insurgencia que contrasta con el cuerpo vivo, tremendamente penetrado por la cultura de masas, el consumismo y los hábitos de mercado.

Hace unos años cabía esperar la emergencia de una política del cuerpo que se liberara de las cargas racializantes y sexualizantes amarradas al mandato patriótico. En aquel entonces no era un despropósito apostar por una revolución de las mentes que sacudiera los lenguajes coercitivos de la diferencia. Hoy, quizá la intervención radical de una política que se aleje de las gestiones de despacho podría interrumpir la lógica normalizante que se hizo hegemónica en el proceso bolivariano, y sin duda, el actual anquilosamiento de la rebeldía en el aparato de poder aleja el horizonte para tales acontecimientos.