Fuera de radar


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Otro texto que no te va a gustar

Por Masaya Llavaneras Blanco

Para M.M. y N.Z. por razones opuestas.

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Desafiando la muerte, de Sigfredo Rodríguez. Tomada de  www.caracascaos.com.ve

Hoy empecé a dar clases a estudiantes de pregrado. Nada de estrellato, soy preparadora de una materia de primer año. Como el grupo es pequeño, nos tomamos una parte de la clase para definir las reglas básicas de convivencia que tendríamos en el aula. En la conversación surgieron los temas que se pueden esperar. A nadie le gusta que no se le respete su punto de vista, a nadie le gusta ser discriminado. Entre las conclusiones a las que llegamos como grupo está que estamos de acuerdo a estar en desacuerdo y que nuestro grupo era un espacio para discutir ideas, no personalizar discusiones.

Qué fácil se dice y qué difícil se hace. Con la escuela de vida y la mella en el alma que es Venezuela para mí (entre otras mil otras cosas que no vienen al caso), el tema de la convivencia elemental  constituye un reto cotidiano que he visto adquirir absurdas dimensiones. En una sociedad polarizada se vive con la sensación casi siempre real de que todas tus relaciones – incluso las que pensabas más entrañables – están en juego.

Familiares distanciados entre sí, incluso lo que jugaron juntos y fueron cómplices toda la infancia. Gente amada que debió trabajar usando un chaleco antibalas pues iba vestida con ropa que le identificaba como chavista lo cual le hizo objeto de disparos durante el duro año del 2002. La sensación y casi certeza de que alguien que conoces desde niña está dispuesta a compartir información sobre tu vida personal en las redes sociales, especialmente entre quienes hablan con odio sobre tus ideas o sobre las de aquellos a quienes amas. Gente que es capaz de poner en riesgo tu bienestar físico por pensar distinto.

Un día coincidí con una amiga de mis padres de toda la vida en una reunión de trabajo. Ella estaba allí como representante de la sociedad civil, yo como representante de una organización gubernamental. Con una sonrisa me dijo que yo estaba sentada del lado equivocado de la mesa, que yo realmente debía sentarme de su lado. En ese momento tomé su comentario como una petulancia y una provocación. Con los años, sin embargo, lo reinterpreto como un comentario más cuidadoso – profundamente honesto y hasta afectuoso. Sus palabras se encuentran en perfecto contraste con la barbarie de las balas cobardes disparadas a la distancia contra gente que amo. Su honestidad y su respeto – pues finalmente cada una conversó con la otra desde su trinchera – están a años luz de las relaciones cercenadas y la hipocresía a la que nos somete la autocensura. A la larga creo que pertenezco más a la sociedad organizada – y siempre civil – que a los bandos politiqueros y a la banda de la repetición. Pero de nuevo, esa es otra historia que no viene al caso.

Siempre he sido incómoda y profundamente amiguera. Me gusta la gente. Me gusta la gente distinta, me gusta conocer al otro. Creo profundamente en la empatía, en entender lo diferente, en dialogar. Y sé de diversidad. Soy la niña becada de los colegios privados. Soy “la licenciada” que pateó barrios y ha compartido sancochos en pote de chisgüis. Soy la analista del banco que siempre iba en zapaticos llanos y sin maquillaje. Soy la prima chavista que nadie entendió:

– “Ella tan preparada y anda con esa gente.”

Soy la hija desclasada que ya no aguanta la barbarie en que devino el chavismo:

– “Ella tan comprometida que se veía y mírala de intelectual que porque   estudia un posgrado se le olvida que es pueblo.”

¿Ves? Te advertí que este era otro texto que no te iba a gustar.

Me niego a ser coro de tus intereses, aunque no los veas. De tu ceguera, de tu profundo egoísmo.

Y a mí que no me pregunten quién mueve los hilos de la economía mundial quien no se atreva a preguntarse de dónde viene la plata del gobernador o del diputado amigo. A mí que no me pregunte sobre los enriquecidos y los intocables quien se niega a preguntarse por qué hay voces silenciadas dentro y fuera del chavismo. Que no me pregunten quién siembra lo que comemos si no se atreven a preguntar, hasta las últimas consecuencias, quién permitió que se pudrieran toneladas de alimentos de PDVAL.

Me niego a la obligación que me impones de ayudarte a dormir tranquila a costa de mi silencio.

Hace hace rato que acordé estar en desacuerdo.

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Niño al agua 2, de Alejandra López. Tomada de  www.caracascaos.com.ve

 


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El lente de Allende y la marea hiperinflacionaria

Por Antulio Rosales

Carmen cayó rendida, exhausta y humillada junto al lente de Salvador Allende a las 3 de la mañana después de 11 horas de cola. Logró comprar detergente, pollo, carne, toallas sanitarias, papel higiénico, champú, aceite y pasta. La bolsa le costó 3.600 bolívares. Fue el 27 de noviembre de 2015, a pocos días de las elecciones del 6 de diciembre. Ese día llamaron a los funcionarios del Ministerio a comprar en un Mercal organizado exclusivamente para ellos. Era momento de aprovechar para llenar las alacenas con el empobrecido sueldo, y ocasión para chantajear al funcionariato para que votara por el PSUV días más tarde.

La cola fue extenuante. Ella era la número 645. Desde afuera golpeaban los portones, los vecinos y otros grupos organizados. Hubo coñazos y hasta tiros. El funcionariato fue protegido en su humillación-privilegio, pero hubo forcejeos con uniformados que agarraron lo suyo sin hacer la cola. Cayeron sus cuerpos cansados y dolidos a las 3 de la mañana junto al lente de Salvador Allende en sillas improvisadas. En algún momento Carmen despertó porque una vieja amiga de la universidad y compañera de trabajo la vio y se sorprendió de encontrarla ahí. Ninguna de los dos creía completamente dónde estaban.

El lente de Allende

El lente de Allende

A Nicolás Maduro le fascina la figura de Salvador Allende. Durante su tiempo en la Cancillería, el sobrino de Cilia Flores, Erick Malpica, se avocó a una costosa remodelación del edificio del Ministerio, como lo había hecho tiempo antes en la Asamblea Nacional. Era el administrador del Ministerio, también lo había sido del parlamento y lo sería luego de la Vicepresidencia. Lo esperaría la Tesorería Nacional y la vice-presidencia de finanzas de PDVSA cuando el tío llegó a la cúspide del poder. Taladraron el mármol negro del lobby de la Cancillería, el piso Simón Bolívar, y lo reemplazaron con otro material. Instalaron una escultura de gran tamaño, un lente roto, el de Salvador Allende, simbolizando sus restos el 11 de septiembre de 1973.

El 6 de diciembre un aluvión de votos aterrizó en Plaza Caracas contra Maduro y su partido. El presidente aceptó la derrota sin reconocer la realidad. Según Maduro, ganaron los malos, la guerra económica, el fascismo. En su afán de heroísmo se sintió víctima de un golpe, como Allende. No ha podido aún reconocer su parte en el problema, no se enteró de que en las colas, la gente que se abalanza por un pollo, los que revenden y los que no, son víctimas de sus políticas.

Ahora además declara una guerra contra la gente. Desmantela formalmente el Banco Central de Venezuela y oficializa las funciones que ha venido asumiendo en los últimos años. Ministerio de impresión monetaria, financiador del déficit y leña del fuego inflacionario. Invita al gabinete económico a quienes argumentan que monetización del déficit no incide en el alza de los precios. Impulsa el modelo de controles, pero además, decreta la legitimidad de la opacidad. En términos concretos, el gobierno declara la especulación como regla de vida, si no ¿cómo podríamos planificarnos sin conocer siquiera los más elementales indicadores que nos rigen? Solo queda espacio para la elucubración.

El gobierno quema sus últimos cartuchos, defiende su modelo y se lanza al vacío. Mientras, un septuagenario con poder recién adquirido invierte tiempo útil en personalmente deshacerse de imágenes que rindan cultos paganos.

La pedantería adeca se detiene en alimentar excusas para la diatriba fácil, sin advertir la seriedad de las faenas por venir. Al tiempo, el liderazgo chavista se empeña en taladrar con voluntarismo obcecado cuanto piso de mármol encuentre para hundirse más. La marea hiperinflacionaria no respeta portones, ni guardias a medio entrenar, se lleva todo por delante, se salva quien agarre algo primero, y continúa su feroz camino al día siguiente.